La Biblia, la Palabra de Dios escrita

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Las Santas Escrituras son fuente inagotable de eterna sabiduría que, por la acción del Espíritu Santo, la Iglesia nos la interpreta, nos la enseña y nos invita a vivirla.

LA ALIANZA MATRIMONIAL Y LOS ANTICONCEPTIVOS

Por: Conversos a la fe católica



Malaquías 2, 13-16: "Además ustedes cometen otra falta: como Yahvé se niega a mirar sus ofrendas y no quiere recibírselas, entonces ustedes se ponen a llorar y a gemir cubriendo con lágrimas el altar. Y luego se preguntan: «¿Por qué será?» Porque Yahvé es testigo de que tú has sido infiel con tu esposa, a la que amabas cuando era joven. Ella, a pesar de todo, ha sido tu compañera y con ella te obliga un compromiso. ¿No ha hecho Dios, de ambos, un solo ser que tiene carne y respira? Y este ser único, ¿qué busca sino una familia dada por Dios? No traiciones, pues, a la muje de tu juventud.


»Odio el divorcio, dice Yahvé, Dios de Israel, y al adúltero que aparenta ser un hombre bueno. Tengan, pues, mucho cuidado y no cometan tal traición."



Testimonio de Scott Hahn

Mi segundo año en el seminario fue el primero de Kimberly.

Algo extraño ocurrió cuando tomó un curso de ética cristiana. Yo había tomado este curso antes, y por ello sabía que la clase se dividiría en pequeños grupos, para cada uno analizar un tema moral.

Le pregunté a Kimberly qué tema había escogido.
Me dijo: «Los anticonceptivos».

«¡¿Los anticonceptivos?! También fue una opción el año pasado, pero nadie la eligió. De hecho, es un problema sólo para los católicos. ¿Por qué quisiste estudiar la anticoncepción?»

«Cada rato me encuentro con preguntas sobre el control de la natalidad cuando doy pláticas sobre el aborto. No sé porqué, pero es lo que pasa. Así que pensé que ésta sería una buena oportunidad de averiguar si la Biblia tiene algo que decir al respecto».

«Bueno, si quieres perder el tiempo estudiando un tema sin valor, es cosa tuya...!» Estaba sorprendido, pero no me preocupé. Después de todo, en realidad no había una manera correcta o incorrecta de ver los anticonceptivos. Poco sabía cuánto su estudio afectaría nuestras vidas.

Un par de semanas después un amigo me habló en el pasillo.

«¿Has platicado con tu mujer sobre su estudio de los anticonceptivos?»

«No».

«Tal vez quieras hacerlo. Tiene ideas bastante interesantes al respecto».

Dado el tema, pensé que sería mejor hablar con ella. Le pregunté a Kimberly qué había descubierto que era tan interesante sobre la anticoncepción. Me dijo que antes de 1930 había existido un testimonio unánime en todas las iglesias cristianas: la anticoncepción era mala en cualquier circunstancia. Mi argumento fue éste: «Tal vez tomó todo este tiempo descartar los últimos vestigios del catolicismo».

Me cuestionó un poco más, «¿Pero sabes qué razones dan para oponerse al control de la natalidad? Tienen razones de más peso de las que crees». Tuve que admitir que no conocía sus razones. Me preguntó si leería un libro al respecto. Me dio El Control de la Natalidad y la Alianza Matrimonial, de John Kippley (obra que luego fue revisada y retitulada El Sexo y la Alianza Matrimonial).

Mi especialidad era la teología de la Alianza. Creía tener todos los libros con la palabra «alianza» en la portada, así que éste picó mi curiosidad.

Lo vi y pensé: ¿Editorial Litúrgica? ¡Este tipo es un Católico!

¡Un Papista! ¿Qué está haciendo plagiando la noción protestante de la Alianza? Me entró curiosidad de ver lo que diría. Me senté a leer el libro. Pensé: Algo está mal aquí. ¡No puede ser! Este hombre está en lo correcto.

Estaba demostrando cómo el matrimonio no era un mero contrato, que conllevaba sólo un intercambio de bienes y servicios. Más bien, el matrimonio es una alianza, que lleva consigo una interrelación de personas.

El argumento de Kippley era que toda alianza tiene un acto por el cual se lleva a cabo y se renueva; y que el acto conyugal es un acto de alianza. Cuando la alianza matrimonial se renueva, Dios la usa para dar vida. Renovar la alianza matrimonial y usar control de natalidad para destruir el potencial de nueva vida sería equivalente a recibir la Eucaristía para escupirla en el suelo.

Kippley argumentaba que el acto conyugal demuestra el poder dador de vida del amor en la alianza de una manera única. Toda otra alianza muestra el amor de Dios y transmite el amor de Dios, pero sólo en la alianza conyugal el amor es tan real y poderoso que comunica la vida.

Cuando Dios hizo al ser humano, varón y mujer, el primer mandamiento que les dio fue el de ser fecundos y multiplicarse.

Eran así una imagen de Dios --Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres en uno, la Divina Familia. De modo que cuando «los dos se hacen uno» en la alianza matrimonial, el «uno» que se hacen es tan real que ¡nueve meses después podrían tener que darle nombre! El hijo encarna la unidad de su alianza.

Comencé a ver que cada vez que Kimberly y yo realizábamos el acto conyugal realizábamos algo sagrado. Y cada vez que frustrábamos el poder de dar vida del amor por la anticoncepción, hacíamos una profanación. (El tratar algo sagrado de una forma meramente común, lo profana por definición.)

Estaba impresionado, pero no quise mostrar que lo estaba.

Kimberly me preguntó qué pensaba del libro; le dije que estaba interesante. Entonces empecé a ver cómo ella convencía a mis amigos, uno por uno. ¡Algunos de los más inteligentes cambiaron de opinión!

Fue entonces que descubrí que todos los reformadores --Lutero, Calvino, Zwinglio, Knox, y todos los demás-- hubieran mantenido la misma posición que la Iglesia católica mantiene en este tema.

Esto me perturbó. La Iglesia católica romana era la única «denominación» en todo el mundo con el valor y la integridad para enseñar esta verdad tan impopular. No sabía qué pensar. Así es que recurrí a un viejo dicho de familia: «Hasta un cerdo ciego puede
encontrar una bellota». Es decir, después de dos mil años, hasta la Iglesia católica por fin daba en el clavo en algo.

Católico o no, esto era verdad. Así es que nos deshicimos de los anticonceptivos que estábamos usando, y comenzamos a confiar en el Señor de una nueva forma en nuestros planes familiares. Al inicio, usamos planificación familiar natural por unos meses. Luego decidimos estar abiertos a una vida nueva en cualquier momento que Dios quisiera darnos esa bendición.



Testimonio de Kimberly Hahn

Nuestro primer año en el seminario, Scott comenzó el programa de maestría estudiando los puntos sutiles de la teología con profesores que habían estado enseñando teología durante diez hasta cuarenta años. Mientras tanto, yo era secretaria en un programa patrocinado por una donación para investigaciones de la universidad de Harvard, trabajando con gente que era de cualquier religión menos la cristiana, muchos de los cuales nunca habían oído el evangelio y nunca habían leído la Biblia en lo absoluto.

Me cuestionaban casi diariamente sobre si es que Dios siquiera existía. El contraste era fuerte. Después de un año, Scott y yo decidimos ponernos en el mismo carril y crecer juntos. Así es que, con el apoyo de Scott y la ayuda de mi familia, comencé los estudios de maestría durante el segundo año de Scott. Fue una rica experiencia el poder estudiar teología uno al lado del otro.

Uno de los primeros temas que abordé en un curso sobre ética cristiana, fue la anticoncepción. No había antes pensado que fuera un tema digno de estudio hasta que me involucré en actividades provida. Por algún motivo, el tema del control de la natalidad se presentaba con frecuencia. Como protestantes, no conocía ninguna de nuestras amistades que no practicasen el control de la natalidad.

Había sido orientada a practicar el control de la natalidad como parte de un comportamiento cristiano razonable y responsable. En la orientación prematrirnonial, no nos habían preguntado si íbamos a usarlo o no, sino cuál medio usaríamos.

El grupo al que le tocaba estudiar la anticoncepción se reunió en la parte de atrás del salón brevemente el primer día. Un autonombrado líder nos dijo: «No tenemos que considerar la posición católica porque sólo hay dos razones por las que los católicos están opuestos a la anticoncepción: Número uno, porque el Papa no está casado, así es que no tiene que vivir con las consecuencias. Y número dos, ellos quieren tener todos los católicos que puedan en el mundo».

«¿Son ésas las razones que da la Iglesia católica?»

Interrumpí. «No lo creo.»

«¿Entonces por qué no lo investigas?»

«Lo haré». Y lo hice.

En primer lugar, consideré la naturaleza de Dios y cómo nosotros como pareja casada estábamos llamados a ser su imagen. Dios --Padre, Hijo y Espíritu Santo-- hizo al hombre y la mujer a imagen suya y los bendijo en la alianza matrimonial con el mandamiento de que fuesen fecundos y se multiplicasen, llenando la tierra y ejerciendo dominio sobre toda la creación, para gloria de Dios (Gén. 1, 26-28). La cabal imagen en la cual el hombre y la mujer fueron creados, es la unidad de las tres Personas de la Divinidad, quienes se entregan totalmente una a la otra en una plena autodonación de amor. Dios repitió este mandato de la creación en su alianza con Noé y su familia con el mismo mandamiento de ser fecundos y multiplicarse (Gén 9, 1ss.). Así es que la existencia del pecado no cambió el llamado a las parejas casadas a ser imágenes de Dios a través de la procreación.

San Pablo clarificó que, en el Nuevo Testamento, el matrimonio fue elevado a la categoría de imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia. (Aún no tenía yo la menor idea de que el matrimonio es un sacramento.) Y por la misma fuerza dadora de vida del amor, Dios hacía a la pareja capaz de reflejar la imagen de Dios, haciendo que la unidad de los dos se convirtiera en tres. La pregunta que me hacía era, ¿si nuestro uso de la anticoncepción --que intencionalmente restringe el poder dador de vida del amor mientras uno disfruta la unidad y el placer que da el acto conyugal-- permitía
que mi esposo y yo reflejáramos la imagen de Dios en una mutua y plena autodonación de amor?

En segundo lugar, examiné lo que la Escritura decía sobre los niños. ¡El testimonio de la Palabra era arrollador! Cada versículo que hablaba sobre los niños hablaba de ellos siempre como una bendición (Sal 127; 128). No había proverbio alguno que advirtiera que los gastos que acarrea un niño podrían sobrepasar su valor. No había ninguna bendición pronunciada sobre el hombre y la mujer que tuvieran perfecto espaciamiento entre hijos, o sobre la pareja que tuviera el número correcto de años sin niños antes de hacerse de la carga de los hijos, o sobre marido y mujer que planificaban cada concepción. Estas eran ideas que yo había aprendido de los medios de comunicación social, de mi escuela pública y de mi vecindario, pero no tenían fundamento en la Palabra de Dios.

La fertilidad, en la Escritura, era presentada como algo que debía ser apreciado y celebrado, no como una enfermedad que debía ser evitada a toda costa. Y aunque no pude encontrar versículo alguno que hablase negativamente de la gente con familias pequeñas, no había duda de que las familias grandes mostraban una efusión de mayor favor de parte de Dios, según una variedad de pasajes. Dios era el que abría y cerraba el vientre, y, cuando daba la vida, esto era visto sólo como una bendición. Después de todo, lo que Dios deseaba de los matrimonios fieles era una «prole piadosa» (Mal 2,15).

Los niños eran descritos como «flechas en la mano de un guerrero,... bendito el hombre cuya aljaba está llena». ¡¿Quién iría a batalla con sólo dos o tres flechas, cuando podría ir con una aljaba llena?! La pregunta que me hacía era: Nuestro uso del control de la natalidad, ¿reflejaba el punto de vista de Dios sobre los niños o el punto de vista del mundo?

En tercer lugar, estaba el punto del señorío de Jesucristo. Como protestantes evangélicos, Scott y yo tomábamos el señorío de Cristo sobre nuestras vidas muy en serio. Monetariamente, pagábamos el diezmo regularmente, no importando cuán escasos estuviesen
nuestros fondos, porque queríamos ser buenos administradores del dinero que El había puesto bajo nuestro cuidado. Una y otra vez habíamos visto cómo el Señor suplía nuestras necesidades más allá de lo que nosotros le habíamos dado. En términos de tiempo, observábamos siempre el Día del Señor, poniendo a un lado el estudio, que era nuestro trabajo, aunque tuviéramos exámenes al día siguiente. Muchas veces y en abundancia el Señor nos bendijo con ese día libre, y siempre obtuvimos la mejor nota en cada examen que tomamos los lunes. En términos de talentos, asumíamos que siempre debíamos estar disponibles a servir al Señor en el ministerio y alegremente añadíamos obras de servicio a nuestra carga de estudio. El ver vidas bendecidas como resultado de ese ministerio fortaleció nuestra fe y nuestro matrimonio enormemente.

¿Y nuestros cuerpos? ¿Nuestra fertilidad? ¿Se extendía el señorío de Cristo hasta allí? Leí entonces en 1Corintios 6,19-20: «Vosotros no os pertenecéis. Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo». Tal vez era una actitud más norteamericana que cristiana el pensar que nuestra fertilidad es algo que podemos controlar según nuestro parecer. La pregunta que me hice fue: Nuestro uso del control de la natalidad, ¿demostraba una fiel vivencia del señorío de Jesucristo?

En cuarto lugar, ¿cuál era la voluntad de Dios para Scott y para mí? Queríamos conocer y seguir la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. Un pasaje de la Escritura que brindó materia útil para reflexionar fue Romanos 12, l2: “Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional. Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta.”

Pablo indicaba que una vida de sacrificio requería la misericordia de Dios. No se nos pedía vivir este tipo de vida por nuestras propias fuerzas. Podíamos ofrecer nuestros cuerpos como un sacrificio de adoración: había una dimensión corporal de nuestra espiritualidad.

Una de las claves para saber cómo sacrificarse de una manera consecuente con la voluntad de Dios era el diferenciar correctamente entre los mensajes del mundo y las verdades de Dios. Eso significaba que teníamos que renovar nuestra mente activamente en la Palabra de Dios. Y una buena parte de mi estudio sobre el tema de la anticoncepción me había llevado a hacer precisamente eso: meditar en los pasajes de la Escritura que presentaban una imagen diferente de la que el mundo parecía proclamar.

Scott y yo ya estábamos comprometidos el uno al otro, y estábamos comprometidos con el Señor. La pregunta era: ¿Podríamos oconfiar a Dios el planear el tamaño de nuestra familia y el espaciamiento de nuestros hijos? ¿Sabría Él lo que nosotros podíamos manejar económica, emocional y espiritualmente? ¿Tenía Él los recursos para hacer posible el que criásemos más niños de los que creíamos poder criar?

En el fondo sabía con qué estaba luchando: la soberanía de Dios.

Sólo Dios conocía el futuro y cuál sería la mejor manera para que nosotros formásemos nuestra familia con la prole sagrada que Él tanto deseaba que nosotros tuviésemos. El se había mostrado digno de confianza en otras incontables maneras. Sabía que podíamos confiar en que Él proveería la fe que necesitábamos para encomendarle esta parte de nuestra vida, para darnos la esperanza de que esta visión era parte de su plan para nosotros y para vertir su amor en nosotros y a través de nosotros a todas las preciosas almitas que quisiera encomendarnos. Y, después de todo, conocía a muchas parejas en el seminario que «planificaban» cuándo las criaturas vendrían, sólo para descubrir después que el calendario de Dios era diferente al de ellos. Necesitábamos confiar en Él en el área de nuestra fertilidad de una manera radical, sin el uso del control de la natalidad. Yo estaba convencida; pero había dos personas en nuestro matrimonio, y tenia que exponerle estas inquietudes y preguntas a Scott.

Cuando Scott me preguntó una noche durante la cena cómo iba mi estudio de la anticoncepción, compartí con él tanto como pude.

Le pedí entonces que leyera el libro de John Kippley El Control de la Natalidad y la Alianza Matrimonial. Scott vio el fundamento de mis argumentos en este libro; pero aún más, vio cómo Kippley aplicaba la idea de la Alianza al matrimonio para explicar porqué la anticoncepción era inmoral.

Kippley daba la siguiente comparación: Tal y como en la antigua decadente Roma, cuando la gente se daba un festín, y luego se disculpaban para ir a vomitar la comida que habían consumido (yevitar así las consecuencias de sus actos), también era este el caso de los matrimonios que se daban un festín en el acto conyugal sólo para luego frustrar el poder dador de vida del acto de renovación de su Alianza. Ambas acciones son contrarias a la ley natural y al pacto marital.

Desde la perspectiva de Kippley, que representaba a la Iglesia católica, el fin primario o propósito del matrimonio es la procreación de los hijos. Cuando una pareja intencionalmente frustra ese fin, está actuando en contra de la ley natural. Está trastornando la renovación de su propia alianza matrimonial, convirtiendo en una mentira su compromiso de entregarse totalmente el uno al otro.

Ahora comprendía por qué la Iglesia católica se oponía a la anticoncepción. Pero, ¿qué decir de la planificación natural familiar? ¿No era esto sencillamente la versión católica del control de la natalidad?

La Primera Epístola a los Corintios 7,4-5, habla de períodos de tiempo en los que los esposos podrían abstenerse de relaciones sexuales para darse a la oración y luego reanudar sus relaciones no dejándole a Satanás una entrada en su matrimonio. Leyendo Humanae Vitae, llegué a apreciar el equilibrio de la Iglesia en lo que respecta a la anticoncepción. Existía una manera digna de llevar a cabo el acto conyugal y de ser prudentes en circunstancias graves, practicando la abstinencia durante períodos fértiles.

Así como con la comida podría haber lapsos en los que el ayuno sería útil; así podría haber lapsos en los que el «ayuno» del acto conyugal sería útil. Sin embargo, fuera de un milagro, uno no podría sobrevivir si ayunase la mayoría del tiempo. Así también, los medios de planificación familiar naturales eran presentados como una receta para momentos difíciles, no como una vitamina diaria para la salud general.

Un día en la biblioteca, después de haberle explicado todo esto a un compañero seminarista que aún era soltero, me cuestionó diciendo, «Entonces, Kimberly, ¿Scott y tú han dejado de usar control natal?»

«No, aún no».

«Da la impresión de que estás convencida de que el usarlo está mal».

Respondí con esta historia: «¿Has oído de aquella vez cuando la gallina y el cerdo del granjero Brown estaban discutiendo cuán dichosos eran de tener un amo tan maravilloso?

--Creo que debemos hacer algo especial para el granjero Brown, dijo la gallina.

--¿Qué tienes en mente? --preguntó el cerdo.

--Démosle un desayuno de jamón y huevos, dijo alegremente la gallina. --Bueno --replicó el cerdo-- eso no es problema para ti. Para ti es una donación. Para mí es un compromiso total.

Terry, voy a tomar tu desafío muy en serio; pero es mucho más difícil para mí el arriesgarme a obedecer en este campo que para ti como hombre soltero».

Luego que me aseguró que rogaría por Scott y por mí, cada quien se fue a su casa. Cuando Scott y yo lo discutimos, él también estuvo de acuerdo en contra de los anticonceptivos; sin embargo, sugirió que tal vez debíamos simplemente guardarlos en el gabinete, en caso de que cambiásemos de parecer. Sentí que esto sería una tentación muy grande de abandonar nuestra convicción al respecto.

Así es que juntos echamos los anticonceptivos a la basura, y comenzamos a vivir en un nuevo nivel de confianza en Dios respecto a nuestra vida y nuestra fertilidad.


(Testimonios tomados de "Roma Dulce Hogar")



Testimonio de Tim Staples

El único tema en que Matt y yo estábamos de acuerdo era el aborto; siempre podíamos estar en paz cuando tocábamos ese tema si otros nos acaloraban. Pero un buen día la conversación pasó del aborto a la contracepción, que para mí no era un problema. Mi iglesia tenía clases para enseñar como controlar la natalidad y yo no me creé problemas sobre este tema.

Matt me citó Génesis 38, 6 - 10: "Judá tomó para su primogénito Er una mujer llamada Tamar. Er, el primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahveh y Yahveh le hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán: 'Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano'. Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Lo que hizo le pareció mal a Yahveh y le hizo morir también a él".

La pregunta que me hice es ¿por qué Dios mató a Onán? Primero pensé que por desobediencia a la ley que dictaba que debía "dar simiente" para su hermano, pero Matt demolió ese argumento cuando me señaló el versículo 26, que decía que Judá era culpable por no querer "dar simiente" por otro, pero no fue muerto. Entonces, el pecado de Onán había sido el haber "derramado la simiente".

Matt citó a Romanos 1, 26 dando sus razones del porqué la contracepción y la homosexualidad son pecados: Estas acciones cambian "las relaciones naturales por otras contra la naturaleza". Yo estaba consciente de que el objeto y naturaleza del amor conyugal es tanto unir como procrear.

Y es evidente que la homosexualidad elimina la procreación del acto conyugal (aunque la sodomía no es, propiamente dicho, un "acto conyugal"). Pero me di cuenta de cómo este principio puede aplicarse también a la contracepción. La unión conyugal usando la contracepción es pecaminosa precisamente porque, al no existir la posibilidad de una nueva vida, distorsiona y abusa del don del Señor del amor conyugal, haciéndolo estéril e incapaz de llegar a cumplir su fin.

Después de estudiar intensamente las Escrituras y otros trabajos católicos sobre este tema, me convencí de la posición católica.

Habíamos encontrado otro punto en el que estábamos de acuerdo.

Efesios 5, 32 enseña que el amor matrimonial es un símbolo de la relación amorosa y matrimonial entre Jesús y la Iglesia -una relación amorosa que siempre está creando y unificando. Me acordé del Antiguo Testamento que dice que los hijos son bendiciones preciosas del Señor (Salmo 127, 3-5), y que es Dios quien abre el seno (Génesis 30, 22).

A menudo, debido a las ambigüedades de la teología moral y su aplicación diaria y práctica en la vida de los hombres y las mujeres cristianos, los pastores protestantes están obligados a decir que la Biblia no comenta este asunto y por eso "cada hombre debe hacer lo que le parece correcto". Pero no fue la intención de Cristo dejar a su rebaño en la incertidumbre doctrinal.

La falta de una enseñanza clara y definitiva entre los pastores y teólogos protestantes me pareció un ejemplo más de cómo el principio de sola scríptura falla como guía segura de la verdad. 

Las denominaciones protestantes aprecian cada vez menos la enseñanza doctrinal de la Iglesia descrita en Hechos 15.


Enseñanzas bíblicas

Lo que Dios unió, no lo separe el hombre
(Marcos 10, 1-12) (Mt 19, 1; 5, 31; Lc 16, 18)

Una vez que (Jesús) partió de allí, se fue a los límites de Judea, al otro lado del Jordán. Nuevamente las muchedumbres se pusieron en camino para ir a donde él, y él volvió a enseñarles de la manera que solía hacerlo.

En eso unos fariseos vinieron a él con ánimo de probarlo y le preguntaron: «¿Puede el marido despedir a su esposa?» El les respondió: «¿Qué les ha ordenado Moisés?» contestaron: «Moisés ha permitido firmar el acta de separación y después divorciarse.»

Jesús les dijo: «Moisés escribió esta ley porque ustedes son duros de corazón. Pero la Biblia dice que al principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, para unirse con su esposa y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.»

Y, cuando estaban en casa, los discípulos le volvieron a preguntar lo mismo y él les dijo: «El que se separa de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ésta deja a su marido y se casa con otro, también comete adulterio.»


Respeto al matrimonio
(Malaquías 2, 13-16)

Además ustedes cometen otra falta: como Yahvé se niega a mirar sus ofrendas y no quiere recibírselas, entonces ustedes se ponen a llorar y a gemir cubriendo con lágrimas el altar. Y luego se preguntan: «¿Por qué será?» Porque Yahvé es testigo de que tú has sido infiel con tu esposa, a la que amabas cuando era joven. Ella, a pesar de todo, ha sido tu compañera y con ella te obliga un compromiso. ¿No ha hecho Dios, de ambos, un solo ser que tiene carne y respira? Y este ser único, ¿qué busca sino una familia dada por Dios? No traiciones, pues, a la muje de tu juventud.

Odio el divorcio, dice Yahvé, Dios de Israel, y al adúltero que aparenta ser un hombre bueno. Tengan, pues, mucho cuidado y no cometan tal traición.



Consejos útiles para quienes quieran verse libres de tantas preocupaciones y conflictos.

Primera Carta de San Pablo a los Corintios, Cap. 7
La continencia en el matrimonio

Contesto a las preguntas que me hicieron en su carta. Es cosa buena para el hombre tener relaciones con una mujer. Pero ¡cuidado con las relaciones fuera del matrimonio! Que cada uno, pues, tenga su esposa y cada mujer su marido. El marido cumpla con sus deberes de esposo y también la esposa. La esposa no dispone de su propio cuerpo, el marido dispone de él. Del mismo modo, el marido no dispone de su propio cuerpo, la esposa dispone de él.

No se nieguen el derecho del uno al otro, sino cuando lo decidan de común acuerdo, por cierto tiempo, con el fin de dedicarse más a la oración, pero después vuelvan a juntarse. De otra manera caerían en las trampas de Satanás por no saber dominarse. Les concedo estos tiempos de abstención, pero no los ordeno. Me gustaría que todos los hombres fueran como yo, pero cada uno tiene de Dios su propia gracia, unos de una manera, otros, de otra.

A los solteros y a las viudas les digo que sería bueno para ellos quedarse así como yo. Pero, si no pueden dominarse, que se casen; porque más vale casarse que estar ardiendo.


Matrimonio y divorcio

A los casados les ordeno, no yo sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido. Y si está separada, que no vuelva a casarse, o que haga las paces con su marido. Lo mismo, que el marido no despida a su mujer.


Virginidad y castidad

En cuanto a los que se mantienen vírgenes, no tengo ningún mandato especial del Señor, pero doy un consejo y pienso ser, por la misericordia del Señor, digno de confianza.

Esto me parece bueno en los tiempos difíciles en que vivimos: es cosa buena guardarse así. Si estás ligado a una mujer, no trates de separarte; si no estás ligado, no busques mujer.

El que se casa no comete pecado y la joven que se casa tampoco comete pecado. A ésos, sin embargo, no les faltarán las pruebas y yo quisiera evitárselas.

Esto digo yo, hermanos: el tiempo se hace corto. Por eso, pues, los que están casados vivan como si no tuvieran esposa; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no estuvieran alegres; que los que compran algo se porten como si no lo hubieran adquirido, y los que gozan la vida presente, como si no la gozaran; porque todo esto pasa, y se descompone la figura del mundo.

Yo los quisiera ver libres de preocupaciones. El hombre sin casar se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradar al Señor. Al contrario, el que está casado se preocupa de las cosas del mundo y de agradar a su esposa, y está dividido.

Así también la mujer sin marido y la joven sin casar se
preocupan del servicio del Señor, y le consagran su cuerpo y su espíritu. Al contrario, la casada se preocupa de las cosas del mundo y de agradar a su esposo.

Esto lo digo para su provecho; no quiero ponerles trampas sino llevarlos a una vida más noble, y que estén unidos al Señor enteramente.

Si alguien teme portarse mal con su novia, por ser excesivamente ardiente, y piensa que es mejor casarse, haga lo que quiera; no será un pecado. Pero hay otro que, muy dueño de sí mismo, permanece interiormente firme en su libre decisión; éste, si decide abstenerse para que su novia se quede virgen, hará muy bien. Así, pues, el que se casa con su novia hace bien, y el que no se casa hace mejor.

La mujer está ligada mientras vive su marido. Si éste muere, ella queda libre de casarse con quien desee, siempre que sea un matrimonio cristiano. Pero será más feliz si permanece sin casarse, según mis consejos. Y creo tener yo también el Espíritu de Dios.

También te puede interesar:

*El sexo como Dios manda

*Todo lo que un católico tiene y debe saber sobre matrimonio, sexualidad humana, anticoncepción artificiales y natural y cuál es la doctrina oficial de la Iglesia Católica y más: enlace aquí.


Otras referencias

La fecundidad del matrimonio (Catecismo de la Iglesia Católica - C.I.C.-) Artículos: 2366-2372.
Compendio (C.I.C.) Artículos: 347; 496-498

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