La Biblia, la Palabra de Dios escrita

La Biblia, la Palabra de Dios escrita
Las Santas Escrituras son fuente inagotable de eterna sabiduría que, por la acción del Espíritu Santo, la Iglesia nos la interpreta, nos la enseña y nos invita a vivirla.

El Parto Virginal de la Virgen María I, Madre del verdadero Dios por quien se vive




«En honor de la beata Laura Vicuña, jovencita de 13 años que nos enseña a luchar y defender la pureza y la castidad, y a dar nuestra vida en un acto de amor por la salvación de todos los hombres y mujeres.»

DEPROFEC
Defensa y Propagación de la Fe Católica / En guerra contra la ignorancia religiosa
Formato original 1993
2002 El Parto Virginal de la Madre de Dios ¿Fábula o realidad? Tercera  Edición  2009
Por: Gerardo Cartagena Crespo

Contenido de esta obra
»Primera parte:
›Introducción
›Datos históricos
›Sobre el parto virginal

»Segunda parte:
›Reinterpretaciones y desmitologización
›¿Forma o no parte del dogma?
›Aspecto de la integridad virginal de María
›¿Parto natural o sobrenatural?
›Armonía del plan divino
›Interpretaciones bíblicas
›Comparaciones aspecto Parto Virginal
›El Parto Virginal como signo
›Conclusión

»Tercera parte:
›Notas / referencias / Bibliografía


Primera parte: Datos históricos

Nota. Este estudio es para demostrar la virginidad de María en el parto, contra aquellos católicos que la niegan, utilizando como base argumental el Magisterio de la Iglesia. La Virginidad de María en la Biblia la he argumentado aquí:







Introducción

"María, cuando fue a dar a luz "pujó". ¡María pujó!" Esta fue la experiencia de una ex-ministro de la Eucaristía en un retiro, y no podía creer lo que estaba escuchando de labios del diácono que estaba dando la charla.  Y  esta es la experiencia de muchos cristianos católicos que, ante esta ráfaga de nuevos conceptos, se sienten confundidos. La negación del Parto  Virginal -históricofisiológico- de María es una clara prueba de ello.

En nuestros días, desde que el médico vienés A. Mitterer, en 1952, publicó un libro donde negaba el parto sobrenatural y milagroso de María por uno normal y doloroso, dicha idea, poco a poco, fue abriéndose paso dentro de la Iglesia hasta influenciar a muchos teólogos, sacerdotes, religiosos(as), laicos.

Hoy día es lamentable el ver como esta idea --y muchos otros errores más-- se propaga con tanta facilidad y sin casi obstáculo alguno que lo detenga.

Por eso, ante esta realidad y problemática actual me veo en la necesidad y obligación de poner mi granito de arena en la defensa de la fe dando luz al respecto. Aquí no pretendo imponer mis ideas o criterios personales, sino lo que a la luz de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia nos ha enseñado como verdad infalible de fe. Dar a conocer el verdadero sentido histórico de la Virginidad de María, pero sobre todo, con respecto al Parto Virginal que es hacia donde va dirigido este trabajo. Por tal razón me limitaré a transcribir ideas de autores tanto de nuestros días como antiguos; ideas de Santos Padres, Papas, Concilios, teólogos...; ideas que darán luz al desarrollo histórico y defensa de esta verdad de fe.

Pidiendo al Espíritu Santo luz en el entendimiento y humildad en la aceptación de la verdad, sepamos vivir el mensaje de Cristo para poder comunicarlo a los demás.

EL  AUTOR

Nota. Los números entre < > son fuentes y citas de referencias, ver ‹notas / referencias / bibliografía› enlace al final

I. DATOS HISTÓRICOS

El conocimiento histórico de las doctrinas de la Iglesia nos podrá ayudar a entender la promesa de Cristo y la verdad de estas:  "Les he hablado mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis palabras" (Juan 14, 25-26). "Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando él venga, el Espíritu de la verdad, los introducirá a la verdad total" (Juan 16, 12-13).

La promesa de que el Espíritu Santo asistirá y guiará a la Iglesia por el camino de la verdad, iluminándola a través de los siglos a pesar de la fragilidad humana, nos debe dar seguridad de que lo que Ella nos enseña como verdad que debemos creer, es de revelación e inspiración divina. La Iglesia es, por lo tanto, el fundamento y la base de la verdad (1Tm. 3, 14-15).

Es bueno tener en claro que no todas las doctrinas, al comienzo de la era cristiana, estaban definidas ni claras. Así, el misterio de la Santísima Trinidad, las dos naturalezas de Cristo... Todo ello llevó un proceso largo de reflexión bíblica y teológica. El surgimiento de ideas opuestas (herejías) al sentir común de la Iglesia la llevó a definir como verdades de fe (dogmas) muchas de sus doctrinas y enseñanzas. Estas herejías, en cierto modo ayudaron a la Iglesia a entrar más de lleno en reflexiones teológicas y bíblicas aclarando, con mayor riqueza de entendimiento y comprensión, las ideas o conceptos que se tenían de dichas doctrinas.

Es un hecho reconocido que los Padres y escritores eclesiásticos de la era apostólica siguieron en su doctrina pastoral el plan y desarrollo de los Santos Evangelios y del Nuevo Testamento<1a>.

También es bueno recordar que la tradición apostólica jugó un papel sumamente importante en la transmisión de las verdades reveladas. Así: "El Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis palabras" (Jn. 14, 25-26). "Los alabo porque en todo se acuerdan de mí y porque guardan las tradiciones conforme se las he entregado" (1 Co. 11, 2). "Por eso, hermanos, manténganse firmes, guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta" (2Ts. 2, 15). Es interesante ver la importancia que San Pablo da a la tradición apostólica, no solamente por escrito, sino también por la palabra hablada. Por eso advierte y aconseja a  Timoteo que  "lo que aprendiste de mí, confirmado por numerosos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros" (2Tm. 2, 2). "Por tanto, la fe nace de una predicación, y lo que se proclama es la palabra de Cristo" (Rm. 10, 17). Por eso la Tradición Apostólica juega un papel sumamente importante en el desarrollo y conocimiento de las verdades de fe divinamente reveladas, las cuales debemos conocer, vivir, propagar y defender. Y  es en esta Tradición donde encontramos las verdades de fe que no aparecen en la Biblia, o, por lo menos, no tan claras.

Toda la enseñanza de la Iglesia se fundamenta en Cristo quien nos revela al Padre y al Espíritu Santo y su plan de salvación.

María Juega un papel sumamente importante en la obra de la Salvación, y todo lo que Ella es y de Ella podamos decir tiene como fundamento la doctrina de Cristo. Todo lo que Ella es, lo es por Cristo y en Cristo tiene su razón de ser. Todas las verdades que de Ella conocemos tiene como fundamento y razón de ser a Cristo. Por eso, para entender aquellos misterios que de Ella se nos ha sido revelado y que nuestra razón e inteligencia humana no puede comprender, hay que verlos desde la Persona de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre<1b>.

Entre los privilegios marianos la maternidad divina eleva a la Sma.  Virgen al orden hipostático (orden de la encarnación del Verbo) relativo, por lo que su excelencia y dignidad es incomparablemente superior a la de todas las demás criaturas, siendo en cierto modo infinita. (Completamente cierta y común)<2>.

Así, en virtud de su maternidad divina, la Sma. Virgen María tiene verdadera afinidad y parentesco con Dios y relaciones especialísima con cada una de las personas de la Trinidad Beatísima.

Escuchemos a un gran mariólogo moderno: "La Virgen Santísima, como Madre de Dios, tiene consanguinidad en primer grado de línea recta con el Hijo de Dios según la naturaleza humana, y por eso, en virtud de su misma maternidad, contrae una especial relación y parentesco con la naturaleza divina del Hijo, y, por tanto, con las tres Personas de la Santísima Trinidad. A esto lo llama Santo Tomás AFINIDAD, mediante la cual la Sma. Virgen viene como a entrar en la familia divina"<3>.

No es que María se convierta en un ser divino igual a Dios en naturaleza, sino que por su maternidad divina María alcanzó, después de la humanidad de Cristo, los grados más altos de santidad, gracia, unión con Dios..., que criatura alguna pueda alcanzar.

El Cardenal Cayetano escribe sin vacilar: "La bienaventurada Virgen María llegó a los confines de la divinidad con su propia operación, ya que concibió, dio a luz, engendró y alimentó a Dios con su propia leche". Entre todas las criaturas, María es la que tiene mayor "afinidad con Dios"<4>.

Por tal razón "la maternidad divina es la raíz y la suprema razón de todas las demás gracias y privilegios concedidos por Dios a la Santísima Virgen María" (Doctrina cierta y común)<5>.

Paralela al progreso de la doctrina sobre la maternidad divina de María, en sus etapas histórico-dogmática, se desenvuelve la de su virginidad. No podemos separarlas pues se trata de una Maternidad  Virginal<6>.

Por tal razón el dogma de la perfecta virginidad de María, después del dogma de su Maternidad Divina, es el más celebrado entre todos sus privilegios en el curso de los siglos<7>.

Así, entre todas las joyas que adornan la corona de la Maternidad Divina de María, la de su Virginidad es la más preciosa. Por tal razón sólo en María encontramos, simultáneamente, estos dos privilegios que la caracterizan sobre cualquier otra criatura: la gloria de ser madre y la honra de ser virgen.

***

Es dogma de fe que la Madre de Dios fue perpetuamente virgen, o sea, antes del nacimiento de Jesús, durante el nacimiento y después del nacimiento.

Santo Tomás divide esta cuestión en cuatro artículos, dedicados, respectivamente, a los tres aspectos de la virginidad de María (antes, en y después del nacimiento de Jesús)<8>. Los tres son aspectos íntimamente relacionados como parte de un todo que es la  Virginidad Perpetua<9>.

Como es sabido la virginidad consiste en la perfecta integridad de la carne. En la mujer supone la conservación intacta de la membrana llamada himen<10>.

Afirmamos con Santo Tomás que la virginidad de María es integral y plena, abarcando su cuerpo y su alma. Y que permaneció siempre virgen espiritual y corporalmente<11>.

La virginidad perpetua de María es unánimemente admitida como verdad indiscutible del credo cristiano. Ya desde e1 siglo IV  empieza a circular la designación de Siempre Virgen (aeiparthenos) como atributo de María. Su contenido se explica en la fórmula ternaria, que usan ya Zenón y Agustín, y que pasará a la enseñanza oficial de la Iglesia. María es virgen antes del parto (en la concepción sobrenatural del Hijo de Dios), en el parto (que milagrosamente no lesionó su integridad) y después del parto (sin tener más hijos, viviendo consagrada a su única y trascendental maternidad). "Admiraos -dice San Agustín: concibió siendo virgen; admiraos todavía más, dio a luz siendo virgen; y después permaneció virgen"<12>.

De los tres aspectos de la virginidad de María, el que más nos interesa conocer y entender es el del Parto Virginal, el cual significa que María conservó la integridad física en el momento del parto, no sufriendo ningún detrimento en su organismo que pudiera afectar a su virginidad<13>. Cristo nació de Ella a la manera del rayo del sol pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo<14>.

En la época patrística se dio máxima importancia a la concepción y nacimiento virginales de Cristo, viendo en ellos además la señal de que Dios se había acercado realmente a los nacidos en Cristo Jesús. Tanto San Ireneo como San Justino ven en el lugar de Isaías una alusión al nacimiento virginal<15>. San Ignacio de  Antioquia (+107 ó 110 d. C.) anunciaba a los efesios "tres misterios que claman alto", la virginidad de María, SU PARTO y la muerte del Señor<16>.

San Ignacio de Antioquia, entre los padres de la Iglesia, es de los primeros en mencionar el parto Virginal de María como un "misterio que debe ser predicado en alta voz"<17>.

El escrito dice como sigue: "Y se ocultó al príncipe de este mundo la virginidad de María Y EL PARTO DE ELLA. Así mismo, la muerte del Señor. Tres misterios clamorosos que tuvieron lugar en el silencio de Dios". Para el autor, era un misterio no sólo la concepción virginal, sino el mismo parto o alumbramiento de Cristo. Se entiende que de haber sido un parto normal, no sería un misterio.

El texto sometido a riguroso estudio por el P. de Aldama, presenta el parto de María como un nuevo misterio añadido a la virginidad en la concepción, es decir, como un hecho prodigioso y extraordinario que obviamente parece deberse entender de la conservación de la integridad virginal<18>.

Este dogma no debe ser sacado del contexto de las demás realidades obradas por Dios en María. El Dios que realizó la mayor de las maravillas, la encarnación del  Verbo en el seno de una mujer, es quien realiza la integridad corporal en el parto de María... La virginidad de María, como obra especial de Dios, es perfectísima en lo que mira al cuerpo y en lo que atañe a su alma. El mérito de lo primero depende de lo segundo. En Cristo se interrumpe la cadena de la generación normal de los hombres porque en Él comienza una "nueva creación", obra exclusiva de Dios en favor de los hombres y hecha al MODO de Dios<19>.

Otro de los primeros que escribieron o mencionaron este aspecto de la virginidad de María lo fue San Ireneo quien, apoyándose en Isaías, atribuye a María un parto milagroso y sin dolor<20>.

***

Ya en este siglo II aparecen escritos llamados apócrifos que aluden a este misterio del Parto Virginal. Los primeros testimonios se encuentran en la colección de himnos que se conoce con el nombre de "Odas de Salomón"; en estas odas el parto se describe sin dolor.  Así la descripción alude, estableciendo una oposición con é1, al parto doloroso impuesto por Dios a Eva como castigo<21>. Según el Génesis (3, 16), los dolores de parto son el castigo impuesto a la mujer por el pecado original y manifiestan la solidaridad con los primeros padres pecadores. Como María no entró en comunión con su pecado (Inmaculada Concepción), quedó por eso libre de los efectos perturbadores del mismo en el alumbramiento de Cristo. De ahí que su integridad no es sólo una realidad material o biológica, sino un signo de su relación con Dios<22>.

Así, las Odas de Salomón excluyen el parto normal, afirmando que la  Virgen "concibió y dio a luz al hijo sin dolor... y no pidió una comadrona para dar a luz"<23>.

La elaboración de una doctrina popular en forma de relato o de poesía sobre la virginidad de María precede a la especulación teológica. En el caso de los apócrifos del s.II, los cuales concuerdan  en la afirmación de que María es virgen al concebir y al dar a luz a Jesús. El más celebre de ellos, el Protoevangelio de Santiago, pone mucho cuidado en presentar a María como virgen intacta<24>.

En su forma original fue escrito hacia la mitad del siglo II probablemente por un cristiano de origen judío que vivió fuera de Palestina…

Ya en este siglo podemos estudiar los ataques que se dirigieron a Cristo indirectamente, puesto que directamente atacaban a su Madre. Se decía que Jesús nació de una muchacha campesina que se ganaba la vida hilando. Su marido la repudió, acusándola de adulterio, y algún tiempo después nació Jesús, hijo de un soldado llamado Pantherus. Esta acusación provoca la indignación de los   fieles tal como está reflejada en el Pseudo Santiago.

En el Protoevangelio de Santiago pretende glorificar a María, primero a causa de su nacimiento, y más aún haciendo una defensa de su virginidad perpetua y absoluta. El autor quiere que no tengamos duda ninguna de que María fue virgen ante partum, in partu y post partum.

Pero la idea principal del protoevangelio no es solamente demostrar que María fue virgen ante partum, sino también in partu. Para probarlo hace el autor que una mujer compruebe físicamente la virginidad de María, y con estos detalles de orden físico el autor pretende subrayar, no solamente su virginidad, sino también la actualidad y realidad de Cristo, que tomó carne de María<25>.

Su parto es presentado como "portento" y "milagro". El gusto por los detalles, que lleva a llenar los vacíos dejados por los Evangelios con datos más o menos históricamente fundados, lleva a precisar el momento del nacimiento de Jesús...<26>.

Otros escritos apócrifos que podemos mencionar son: la Ascensión de Isaías: "María de improviso miró con sus ojos y vio un niño... Su seno aparecía como antes del embarazo"<27>.

La Natividad de María, primera monografía mariana, insiste notoriamente en el alumbramiento virginal, aduciendo elementos narrativos como prueba de la realidad del prodigio. Subraya la virginidad en el parto con la presencia de matrona y la comprobación atrevida de Salomé que no lo creía<28>.

Estas narraciones se compusieron, probablemente, por el pueblo sencillo perteneciente a la Iglesia, no por las sectas teñidas de herejía -como algunos han afirmado-<29>.

Por encima de los elementos accesorios, es cierto que la sana intuición del pueblo, trasmitida por los apócrifos, considera la virginidad de María intacta en el nacimiento de Jesús. De la subsiguiente historia de la mariología resulta que aquí se expresa un auténtico sentido de los fieles, al que la teología y el Magisterio aportarán su confirmación<30>.

Por tanto, estos apócrifos del siglo II, a pesar de su deformaciones, son índices del sentido popular de los cristianos<31>.

***

Después de haber visto la idea del parto virginal en los apócrifos, es bueno saber que la tradición primitiva enseñada tanto por San Ignacio, Ireneo y otros padres de la Iglesia, no muestran conexión alguna con las narraciones apócrifas, sino que se coloca en un contexto teológico. Ya en el siglo IV existe una fe universal en la virginidad en el parto, pero esta fe NO muestra dependencia alguna con respecto a las narraciones apócrifas<32>.

Esto es bien importante saberlo para no caer en el equivoco de que la idea del parto virginal en cuanto a un hecho sobrenatural y milagroso, es producto de cuentos y sectas. La solidez de esta doctrina se ve cada vez más fortalecida según se vaya desarrollando en una auténtica reflexión bíblica y teológica.

San Clemente de  Alejandría (+215) mantiene la virginidad en el parto...<33> y afirma un parto milagroso<34>. No puede haber duda sobre el parto virginal; lo afirma explícitamente y defiende valientemente esta doctrina contra los que la negaban. Esta defensa del parto virginal por San Clemente ha sido atribuida por algunos a ciertas tendencias docetistas, mas esta acusación se basa en una falsa y exagerada interpretación; Clemente no negó jamás que Cristo era verdaderamente humano o que se había sometido a las mismas humillantes condiciones del hombre, pero puso al mismo tiempo de relieve que, puesto que Cristo era verdadero Dios, siendo verdadero hombre, no había necesidad física de que se sometiera a tales condiciones; en cada caso concreto hubo, por su parte, un acto de condescendencia voluntaria. No hay prueba ninguna de que la doctrina de Clemente se inspirara en tendencias docetistas; sí, en cambio, pudo inspirarse hasta cierto punto en las diferentes fuentes apócrifas que sirvieron de base a la compilación que conocemos con el nombre de Protoevangelio de Santiago<35>.

Los rechazos de un parto milagroso y sobrenatural, por lo tanto, presentado como un parto normal, induce a algunos Santos Padres a tomar cartas en el asunto en defensa de lo que ellos consideran doctrina de la Iglesia y transmitida a Ella y por Ella a través de la Tradición. Así, como hemos visto, ya desde San Ignacio de Antioquia, vemos una clara alusión a dicho acontecimiento "que debe ser proclamado en alta voz"<36>.

Tertuliano (s.III) opinó que María había perdido en el parto la integridad corporal: "Virgen en cuanto al varón; no virgen en cuanto al parto". Probablemente tuvo influjo en la posición de  Tertuliano el deseo de refutar las teorías gnósticas según las cuales el cuerpo de Cristo habría sido un cuerpo celeste que se habría limitado a pasar por María<37>. La teoría de Tertuliano representa una opinión particular en la patrística latina. Su deseo fue asegurar la realidad del nacimiento de Cristo, y su error consistió en mezclar demasiado este deseo genuinamente teológico de cristiano fiel con problemas biológicos. Fuera de Tertuliano no puede citarse ni un solo texto de la patrística latina prenicena del que pueda deducirse que la doctrina defendida por él haya imperado en la Iglesia<38>.

Otro que negó esta fe lo fue Joviniano (s. IV) quien, al igual que  Tertuliano, consideró incompatible el parto virginal con la real maternidad humana de María, y lo rechazó. La Iglesia, en cambio, con plena conciencia de la dificultad, mantuvo siempre la afirmación simultánea de sus dos extremos, recurriendo a la omnipotencia divina, que suspende las leyes naturales cuando se trata del nacimiento humano de Dios<39>.

Joviniano al negar esta fe, sostiene que el nacimiento se produjo de modo natural, corrompiéndose la virginidad de la madre al dar a luz<40>.

La doctrina de Joviniano de que María había concebido realmente a Jesús siendo virgen, pero que no le había dado a luz virginalmente, fue desechada, con gran vehemencia, por la doctrina occidental<41>.

La fe en el parto virginal se profesa en el Símbolo Apostólico: "Concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen"<42>. Cuando Joviniano osó negar esa verdad el Papa San Siricio, con el asentimiento unánime del clero romano, condena y anatematiza como blasfemo y hereje a dicho monje. Ambrosio, consultado también por Siricio, convoca un sínodo en Milán (a. 393), el cual se adhiere a la carta del Papa y afirma concretamente la virginidad de María en el parto, basándose en la predicación apostólica, en la  Tradición y en los Símbolos de la fe. San Siricio aprobó la doctrina y decisión de dicho sínodo<43>.

Cuando el Sínodo de Milán interpreta la fórmula del Símbolo Apostólico "nacido de María Virgen" como afirmación de la virginidad en el parto<44>, lo que indica es el sentido que los padres sinodales daban a la fórmula; y esta misma interpretación es atestiguada en la literatura patrística posterior. La crisis Joviniana llevó a explicitar lo que se hallaba implícito en la fórmula del Sínodo<45>.

Después de la condenación y excomunión de Joviniano por el Papa Siricio, se puso bajo la protección de la corte de Milán y allí trató de dar una falsa interpretación al ascetismo que combatía, identificándolo con el priscilianismo, una derivación del maniqueísmo, que enseñaba que el cuerpo procede de Satanás y condenaba el matrimonio. Enterado el Papa Siricio de sus intenciones, avisó a San Ambrosio, y este obtuvo la expulsión de Joviniano y sus seguidores, a los que el poder civil acusó de maniqueísmo. San Ambrosio refutó la acusación de Joviniano de que Nuestra Señora perdió su virginidad en el nacimiento de Jesús<46>. El Santo ve en María la puerta cerrada de Ezequiel (44, 13): "La puerta es, pues, María, por la que Cristo entró a este mundo cuando fue emitido en parto virginal y NO rompió el claustro de la virginidad... Buena puerta María, que estaba cerrada y no se habría. Pasó por ella Cristo, pero no la abrió". Y en uno de sus himnos dice con impresionante profundidad: "Tal era el alumbramiento que a Dios convenía"<47>.

***

San Gregorio de Nisa (o Niseno) según las investigaciones de Söll, es uno de los mejores testigos para la virginidad de María en el parto<48>. En una homilía de Navidad (a. 386) dice: "¡Oh maravilla! La Virgen es madre y queda virgen. ¿Ves cómo se renueva la naturaleza? Entre las demás mujeres, mientras una es virgen no es madre; pues si llega a ser madre pierde su virginidad. Pero aquí ambos términos se unen en la misma persona; pues ella es a la vez madre y virgen, sin que la virginidad haya impedido el alumbramiento NI EL PARTO HAYA DESTRUIDO LA VIRGINIDAD"<49>.

Sólo en San Juan Crisóstomo encontramos suficiente documentación para adquirir una idea de las opiniones prevalecientes en Siria con relación a la virginidad de Nuestra Señora. Aunque el Crisóstomo nunca usó personalmente el término Madre de Dios, sin embargo, era conocedor del hecho y lo aceptaba plenamente. Era este concepto el fundamento de su doctrina tan cierta y tan segura sobre la virginidad de María. Estaba absolutamente convencido de la virginidad perpetua, particularmente especificada en el parto virginal<50>.

Contra Joviniano, San Agustín ofrece una excelente explicación teológica al mostrar que la virginidad en el parto no se sigue el docetismo: "Esto, imputándonos el nombre y el crimen de los maniqueos, lo hacía también Joviniano, negando que la virginidad de Santa María, que había existido al concebir, hubiera permanecido al dar a luz: como si creyéramos con los maniqueos que Cristo es un fantasma, al decir que nació permaneciendo incorrupta la virginidad de la madre. Pero, con el auxilio del mismo Salvador, despreciaron los católicos, como demasiado agudo, el argumento que había aducido Joviniano, y ni creyeron que Santa María hubiera sido lesionada al dar a luz, ni que el Señor fuera un fantasma; sino que ella permaneció virgen después del parto y que, sin embargo, había nacido de ella el verdadero cuerpo de Cristo"<51>.

Agustín no sólo rechaza el error de Joviniano y afirma con frecuencia la verdad del parto virginal, sino que expone sus razones y conveniencias teológicas y su sentido salvífico. Compara la salida de Jesús del seno materno con su salida del cenáculo, una vez resucitado<52>.

En otra parte dice: "Nazca del Espíritu Santo y de una mujer intacta aquel de quien ha de nacer por el Espíritu Santo la Iglesia intacta"<53>. Aunque  no entra en los detalles, afirma su integridad fisiológica; "Si en el momento del parto de Cristo la integridad corporal de María se hubiese visto lesionada, él no habría nacido de la Virgen, y falsamente confesaría la Iglesia que él ha nacido de la Virgen María"<54>. Por tal razón, San  Agustín insiste en el carácter sobrenatural y milagroso del parto virginal<55>.

"Concibió virgen, dio a luz virgen..., virgen perpetua. ¿Por qué te admiras de esto, oh hombre? Así convino que naciese Dios cuando se dignó hacerse hombre.... ¿Cómo iba a dejar de ser Dios al empezar a ser hombre el que concedió a su Madre no dejar de ser Virgen al dar a luz?"<56>.

De San Efrén tenemos lo siguiente: "Sacó fuera el cuerpo, estando sellado el sepulcro, y el sello del sepulcro fue testigo del sello del útero que lo había llevado. En efecto, estando sellada la virginidad de esta, salió de ella el Hijo de Dios"<57>.

Idelfonso describe el parto virginal salvando juntamente el realismo y la integridad: "Al cumplirse el tiempo, siente que sale éste que a ella había venido y, alegre, con el plácido desarrollo de su nacimiento, ve al que nace de otra manera de la que antes supo que venía. Ve a Dios vestido con la verdad de su carne, y se da cuenta de que su integridad virginal no ha perdido en brillo ni en recato, sino que más bien ha crecido"<58>.

En Hesequio el tema del parto virginal aparece en varias de sus homilías y en varios sermones latinos de la época<59>.

San León Magno también interpreta el Símbolo Apostólico "nacido de María Virgen" como afirmación de la virginidad en el parto, que, después de él, se hizo general<60>. En su carta dogmática a Flaviano, patriarca de Constantinopla, en el año 449, expresa y sostiene claramente la fe en el parto virginal<61>.

Afirma clara y repetidamente la concepción y el parto virginal de María: "Lo dio a luz sin lesión de su virginidad, lo mismo que sin lesión de la virginidad lo concibió"<62>.

Tanto Pelagio I, Gregorio Magno y otros se expresan con gran claridad sobre e1 tema del parto virginal: "Sin abrir el seno (vulvam) de la madre y sin romper la virginidad de la madre"; "conservando la integridad de la virginidad materna"; "conservando cerrado el claustro de la virgen"<63>.

San León Magno formula oficialmente la fe de la Iglesia de esta forma: "Cristo ha sido engendrado mediante un nacimiento nuevo, concebido de una virgen, nacido de una virgen... Su origen no es semejante, pero su naturaleza sí es semejante, no dándose las circunstancias usuales humanas, sino sometiéndose al divino poder el hecho de que una virgen concibiera, virgen diera a luz y virgen permaneciera"<64>.

El Papa convoca un concilio verdaderamente ecuménico, en Calcedonia, en octubre del 451. Asistieron más de 500 obispos, y se estudiaron el credo de Nicea y las cartas de San Cirilo a Nestorio. Cuando se dio lectura al "Tomo del Papa León", la asamblea lo aceptó incondicionalmente y, dando muestras de gran entusiasmo, exclamó: "¡He aquí la fe de los padres, la fe de los apóstoles! Así lo creemos todos, y con nosotros todos los que piensan con rectitud! ¡Sean anatema los que dicen lo contrario! Pedro ha hablado por boca de León!"<65>.

El documento o carta dirigida al  Arzobispo Flaviano se conoce con el nombre de "Tomo o volumen del Papa San León I". Contenía un resumen muy completo de la posición doctrinal del Papa. El documento vuelve a afirmar la existencia de las dos naturalezas en la persona única de Cristo... Al mismo tiempo se presenta la doctrina de la Iglesia sobre la perpetua virginidad de Nuestra Señora, antes, en y después del nacimiento de Jesucristo con estas palabras: "Indudablemente, por lo tanto, Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de su madre virgen, y ella le dio a luz sin detrimento de su virginidad, así como le había concebido... El Hijo de Dios, por tanto, descendió del cielo sin renunciar a la gloría de su Padre y entró en el mundo de una manera nueva,  naciendo también de un modo distinto... En este nacimiento nuevo, la virginidad inviolada, que no conoció el aguijón de la carne, dio su carne a Cristo. De su madre, el Señor tomó la naturaleza, no el pecado. Aunque Jesucristo nació de un seno virginal de modo milagroso, su naturaleza no deja por eso de ser igual a la nuestra, porque Él es verdadero Dios y verdadero hombre…"<66>.

Antes de la condenación de Joviniano en los sínodos de Roma y de Milán el año 393, es unánime el sentir de los autores, tanto en oriente como en occidente. Por haber sido cuestionada recientemente la unanimidad de los orientales, valga mencionar aquí el testimonio de San Gregorio Niceno<67>; San Gregorio Nacianceno y San Basilio<68>. Lo mismo vale decir de las Iglesias de Chipre, Alejandría, Arabia, Antioquia<69>.

Y  sobre las iglesias de Italia, África, España y las Galias  (J.  A. de Aldama)<70>.

***

Con frecuencia en la época patrística se unió a la idea de la virginidad de María en el parto un realismo pronunciado, por ejemplo, en San Atanasio, San Epifanio y San Ambrosio. Los padres no supieron explicar el cómo, aunque atestiguan decididamente el hecho. Su preocupación era no permitir por una parte que el nacimiento se resolviese en un suceso aparente, y que por otra no se hundiese en el naturalismo de un parto ordinario. Dado que acentúan las dos cosas, la virginidad y la realidad del nacimiento, tan pronto una como otra, muchas veces puede dar la impresión de que sale perdiendo una de las dos. Pero en realidad aquí se demuestra la limitación de la fuerza perceptiva del hombre y su capacidad de expresión ante el misterio. En definitiva, el nacimiento virginal es un misterio impenetrable cuyos elementos particulares sólo pueden enunciarse en un proceso dialéctico, pero no ser captadas perfectamente de una sola mirada<71>.

Los padres comparan el nacimiento virginal de Cristo con el paso del rayo de sol por el cristal, con la salida de Cristo del sepulcro sellado, con su ingreso por las puertas cerradas, con el nacimiento de una idea en el espíritu humano. Pero estas comparaciones sólo pueden dar la dirección en la que debemos dirigir la vista al considerar el nacimiento virginal. Si se quisiera ver en ellas algo más que lejanas indicaciones, se convertirían en una amenaza para la realidad del cuerpo y nacimiento de Cristo<72>.

Al filo de los siglos V y VI, el fecundo poeta sirio Jacobo de Sarug ensalza la admirable virginidad de María en la concepción, en el parto que acaeció sin dolor, y después del parto. San Fulgencio, el mejor teólogo de su tiempo, da como razón teológica de la virginidad después del parto la concepción virginal sin concupiscencia y el parto virginal sin corrupción  <73>.

La definición de fe de la virginidad perpetua de María se debe al concilio Lateranense (a. 649), convocado por el Papa Martín I. Inspirado en las enseñanzas del Papa Hormisda (+523) y de San  Agustín, el canon tercero del concilio se expresa así: "Si alguno no confiesa según los Santos Padres que la santa y siempre virgen e inmaculada María es en sentido propio y según verdad madre de Dios, en cuanto que propia y verdaderamente al fin de los siglos concibió por obra del Espíritu Santo sin semen y dio a luz sin corrupción, permaneciendo también después del parto su indisoluble virginidad, al mismo Dios Verbo, nacido del Padre antes de todos los siglos, sea anatema"<74>.

Los discursos del Papa Martín al concilio ilustran el sentido del canon tercero. Va dirigido contra Teodoro de Pharan, que interpretaba la virginidad de María en el parto en sentido docetista.

Martín I repropone la maternidad real de la Theotokos, pero unida a la perpetua virginidad: el parto tiene un carácter prodigioso en cuanto que suspende las leyes de la naturaleza y "no disuelve lo más mínimo la integridad virginal"<75>.

En el texto, la virginidad en el parto aparece claramente como realidad distinta de la concepción virginal<76>, dato sumamente importante ya que se quiere ver la virginidad del parto como una consecuencia de la concepción virginal y no como un hecho sobrenatural, sino meramente natural.

Acerca del valor teológico del canon tercero del concilio Lateranense, podemos preguntarnos si se trata de una definición de fe, por no ser ecuménico tal concilio. La respuesta es positiva, ya que como lo ha destacado el estudio de N. Hurley, dada la intención expresa del papa y la aceptación universal del concilio, este resulta prácticamente ecuménico. Martín I, en efecto, está convencido de la obligación de aceptar la que llama "pía definición de la fe ortodoxa", por lo cual envía carta a los obispos de oriente y de occidente pidiendo que ellos y "todos los cristianos" acepten los cánones lateranenses. Por tanto, hay que concluir que, al menos en virtud de la autoridad del Papa, la virginidad perpetua de María es verdad de fe definida<77>.

El concilio III de Constantinopla (a.  680) renueva, contra los monoteletas idéntica profesión de fe, celebrando "la limpia virginidad de María, antes del parto, en el parto y después del parto, sin detrimento alguno"<78>.

Ya mencioné como Pelagio I y Gregorio Magno se expresan en cuanto al parto virginal; así pues, es de gran importancia también en este punto el símbolo del concilio XI de Toledo (a. 675), que recoge sentencias de San León Magno y San Agustín<79>.

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En los comienzos del siglo  VIII, San Isidoro de Sevilla escribe un tratado apologético en que estudia las profecías del Antiguo  Testamento cumplidas en Cristo. Comentando Ez. 44, 2 dice: "Con este testimonio confesamos que Santa María no sólo concibió virginalmente, sino que también permaneció virgen. En efecto, Nuestro Señor Jesucristo nació maravillosa y portentosamente,  como un esposo que sale de su tálamo, esto es, del seno de la virgen;...<80>.

Por esa misma época, Sofronio destaca el nacimiento virginal de Jesús, que "salió del seno de una virgen, sin privarla de su virginidad ni deshacer su sello al nacer"<81>.

Desde el tiempo de San Agustín, en Occidente, y desde la época del Concilio de Éfeso, en Oriente, el dogma de la Virginidad Perpetua de Nuestra Señora ante partum, in partu y pos partum fue universalmente reconocida como tal y no ha sido puesta en tela de juicio por los católicos<82>.

La virginidad antes del parto se refiere particularmente al hecho de la concepción de Jesús en el seno materno. María concibe al  Verbo encarnado sin intervención de varón y sin semen viril, por una intervención positiva del Espíritu Santo. La virginidad en el parto  supone la ausencia de la lesión orgánica y del dolor que naturalmente acompañan el alumbramiento. La virginidad después del parto  excluye todo comercio carnal y toda nueva generación después del nacimiento de Jesús<83>.

Así ha concebido la Iglesia la virginidad de María. Y esta creencia ha permanecido imperturbada desde el siglo V hasta mediados del siglo XX. Sólo los racionalistas y algunos grupos protestantes han rechazado e impugnado la virginidad perpetua de la Madre del Señor<84>.

En el siglo IX se publican dos escritos en defensa del parto virginal partiendo de diversas perspectivas. Contra una opinión, difundida en Alemania, según la cual el nacimiento de Cristo habría procedido no del seno, sino de los oídos como una luz, el monje Ratramno (+875) toma posición en favor del parto virginal, pero por vía natural: "El que asumió el cuerpo de la virgen y creció en el seno virginal, nació también naturalmente a través del aula virginea". Se comprende que Ratramno no intentó referirse a la teoría originiana de la "aperitio vulvae"<85>, sino que únicamente quiere privar de fundamento a la explicación mítico pagana de un nacimiento de Cristo de la cabeza o del costado (como Minerva o Buda: son los ejemplos que aduce), y no del seno materno. Pero está claro que Ratramno profesa la fe en la perpetua virginidad de María y afirma que el parto virginal ocurrió dejando cerrado el seno y sin violar el sello de la virginidad<86>.

La tesis ortodoxa de Ratramno es mal interpretada por algunos hermanos, los cuales llegan a afirmar que "María virgen dio a luz al Señor según la ley natural como las otras mujeres, y que no fue corrompida en el parto sólo porque no concibió por unión con el hombre". Contra tales hermanos Pascado Radberto (+865) escribe la obra De Partu Virginia, donde combate la idea de que el nacimiento de Cristo sea igual a la de los otros hombres. Ello repugna al "corazón de los fieles", que se niegan a someter a María a la maldición de Eva y hacer de Jesús un hijo de ira. Para Radberto, pues, hay que afirmar que "la bienaventurada Virgen llena de gracia no sintió dolor ni experimentó la corrupción del seno", puesto que su parto no fue común, sino inefable: Cristo, como fue concebido, así "nació del seno cerrado". El profundo tratado de Radberto no se opone al de Ratramno, igualmente teológico, sino que, desde perspectivas diversas, maestro y discípulo coinciden en afirmar con la Iglesia el parto virginal, permaneciendo la integridad del seno materno. Es, pues, injusto observa ya Dublanchy- oponerlos entre sí<87>.

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El Concilio  Vaticano II en LG 57 dice: "...la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los magos a su Hijo primogénito, que, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal". En el texto, aunque menos explícito de lo que algunos padres querían, "se afirma con palabras litúrgicas y tradicionales que el parto de Jesús fue virginal" con suficiente claridad. Este sentido queda confirmado por las referencias que en nota se hacen a los concilios de Calcedonia y de Letrán, y a las autoridades de San Ambrosio y San León Magno<88>.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica en el número 499  toma del Concilio Vaticano II las mismas palabras: "En efecto, el nacimiento de Cristo lejos de disminuir consagró la integridad virginal". Y en el número  510 citando a San Agustín dice: "María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen en el parto, virgen después del parto, virgen siempre"<89>.

En el credo del Pueblo de Dios o Profesión de Fe de Pablo  VI, en el nú. 14 se expresa así: "Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre virgen, fue la Madre del Verbo encarnado..." El sentido del inciso no puede ofrecer a un cristiano de hoy duda alguna. Se sabe que el Papa no intentó formular en su documento una definición "excathedra"; pero sí nos ofrece en él una declaración auténtica de la fe actual de la Iglesia, fe que respecto a nuestro punto había sido en forma definitiva sancionada por el Magisterio infalible<90>. Más explicito es todavía el Papa en su exhortación Signum Magnum: "La inmaculada esposa de José, que permaneció virgen en el parto y después del parto, como siempre ha creído y profesado la Iglesia Católica..."<91>.

Las dificultades para aceptar la virginidad de María  antes,  en  y  después del parto "en su totalidad serían: 1) Que el hombre moderno no cree en los milagros y es sumamente materialista.  2)  El gran culto que se da hoy a lo sexual y a la naturalidad de las relaciones extramatrimoniales imposibilita para creer en la virginidad de María y en la posibilidad de que María y José hubieran sido capaces de convivir amándose como esposos sin necesidad de tener entre ellos relaciones sexuales"<92>.

Sin embargo, la crisis teológica general presenta nuevos y muy serios problemas a la mariología de nuestros días. Un caso especial de "reinterpretación de un dogma mariano lo constituye la aparición en ciertos ambientes católicos de la tendencia a "desmitologizar" la concepción virginal de Jesús, a negar su sentido histórico y biológico. En el tema de la virginidad de María, la crisis había comenzado, antes del Concilio, con un intento de "reinterpretar" la virginidad de María "en el parto"<93>.

La primera voz contestaria de la visión tradicional de la virginidad de María, como pródromo de la subsiguiente discusión, es la del médico vienés A. Mitterer con su libro "dogma und Biologie de heiligen Familie" (viena 1952). En él el autor considera inconciliable con una verdadera maternidad el parto milagroso y afirma que la integridad orgánica no pertenece a la noción de virginidad. María habría dado a luz a Jesús normalmente (con dolores y ruptura del himen) y, no obstante, virginalmente, puesto que la virginidad consistiría en la exclusión del acto sexual. Las reacciones favorables o polémicas suscitadas por el libro de Mitterer desaparecen al cabo de algunos años; en 1960 una instrucción privada del Santo Oficio prohíbe escribir sobre el tema, constatando que "se publican trabajos teológicos en los cuales el delicado tema de la virginidad in partu de María Santísima es tratado con deplorable crudeza de expresión, y lo que es más grave, en abierta oposición a la tradicional doctrina de la Iglesia y al piadoso sentir de los fieles..."<94a>. Después del concilio, el debate se desplaza hacia la concepción virginal en su atestación bíblica y su interpretación cultural. El debate se esparce como mancha de aceite en varias zonas geográficas. Así: en Holanda, Alemania, Francia, Estados Unidos, Italia, Suiza, España<94b>.

R. Laurentin ha escrito: "En cuanto al fondo, rechazar la "virginidad biológica" y dar el nombre de "virginidad moral" a lo que sería entonces la castidad conyugal de un matrimonio normal, como se ha propuesto, es abusar de las palabras hasta el contrasentido. Vaciar la significación de su realidad histórica es cosa grave cuando se trata del misterio mismo de la Encarnación"<95>.





SOBRE EL  PARTO  VIRGINAL<96>

Más que la concepción virginal, es objeto de ataques el parto virginal. Vimos que Tertuliano y Joviniano, queriendo salvar toda la realidad de la maternidad de María, admitieron la lesión de su integridad en el parto, en contra de la voz común de la Tradición. Desde hace unos años ha vuelto ha suscitarse la cuestión, principalmente por obra  de Mitterer, a quien han seguido unos cuantos teólogos (Schilleebeck, Galot...). Partiendo de las exigencias biológicas de la maternidad, piensan que el alumbramiento de María tuvo que implicar las lesiones o rupturas normales; y pretenden dejar a salvo la doctrina tradicional oficialmente sancionada en los documentos de la Iglesia sobre la virginidad en el parto, afirmando que ésta no contiene otra realidad aparte de la virginidad en la concepción. A una concepción virginal sigue forzosamente un alumbramiento virginal: María fue, pues, virgen en el parto precisamente por haber concebido sin intervención de varón.

Pero en esta opinión, dado que se salvara cierto posible concepto del parto virginal, NO se salva realmente el concepto que del parto virginal de María ofrece la Tradición, la Liturgia y los documentos del Magisterio. Lo hemos visto: el alumbramiento de María es presentado como  portentoso, porque no violó la integridad de la Madre, no rompió el sello de su virginidad, no implicó rupturas ni dolores; Jesús salió del seno materno, como del sepulcro sellado, como del cenáculo, sin abrir puertas, como el rayo del sol atraviesa el cristal; y por eso María es celebrada como la  zarza de Moisés, la  puerta nunca abierta, el  huerto cerrado, la  fuente sellada, el Arca incorrupta  del Señor. El dogma de la virginidad de María incluye, pues, en la fase del parto, unos elementos nuevos y característicos que dan sentido a la fórmula tradicional desdoblada: Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

Hay quienes intentan salvar la novedad extraordinaria del parto virginal situándola en elementos psíquicos y espirituales más que orgánicos. Así, Rahner la hace consistir fundamentalmente en el dominio personal sobre la naturaleza implicado en la inmunidad de concupiscencia, del cual se seguirían algunos efectos orgánicos no bien precisables. Esta explicación supera la postura errónea de Mitterer, y subraya bellamente la conexión entre los factores del psiquismo superior y los puramente corpóreos, pero no parece que dé razón adecuada a la integridad orgánica a que se refiere, sin lugar a dudas, la tradición de la Iglesia, como arriba quedó mostrado.








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